
Madrid estaba bañada por el brillo dorado del sol de la tarde cuando ocurrió la tragedia. Robe Iniesta, el legendario líder de Extremoduro, iba rumbo a un destino desconocido cuando el destino le jugó una mala pasada. La ciudad, siempre llena de vida, pareció contener la respiración mientras la noticia del accidente comenzaba a circular.
Testigos recuerdan haber visto una moto negra zigzagueando entre el tráfico madrileño, con su conductor inconfundible, el pelo largo ondeando al viento. Robe siempre había amado la libertad de la ruta, de la misma manera que amaba el espíritu crudo y salvaje del rock and roll. Pero en un instante, un chirrido de neumáticos, un volantazo desesperado y el estruendo del metal contra el asfalto apagaron para siempre ese espíritu.